EL “GRAN Y HERMOSO PROYECTO DE LEY” Y LA GUERRA SILENCIOSA CONTRA LOS POBRES: Una advertencia de la historia
En Washington, D.C., un nuevo paquete legislativo se abre paso en el Congreso, aclamado por algunos como la "Gran Ley Hermosa". Sus partidarios lo presentan como un paso necesario para racionalizar el gasto público, reducir el "despilfarro" y fomentar la "responsabilidad" en los programas sociales. Pero para quienes trabajamos en primera línea de la pobreza, la salud pública, la educación y la equidad de base, el proyecto de ley nos resulta inquietantemente familiar. No se trata tanto de un giro político como de un cañón cargado que apunta directamente a los trabajadores pobres, a los defensores de la salud mental y a las pequeñas organizaciones comunitarias sin ánimo de lucro que forman la red de seguridad en los barrios de todo el país.
Si se aprueba, este proyecto de ley devastará la ya frágil infraestructura que mantiene unidas a nuestras comunidades más vulnerables.
Y ya hemos visto esta película antes.
Una retrospectiva de las "reformas" de Reagan
Rebobinemos hasta los años ochenta.
El Presidente Ronald Reagan prometió reducir el gobierno y dar más poder a los individuos. Pero las políticas promulgadas durante su gobierno destruyeron la red de seguridad social. La principal de ellas fue la Ley Ómnibus de Reconciliación Presupuestaria de 1981, que recortó drásticamente la financiación de la sanidad pública, la vivienda, la asistencia alimentaria y, lo que es más devastador, los servicios de salud mental. Mediante la derogación de la Ley de Sistemas de Salud Mental, el gobierno federal puso fin a su responsabilidad de proporcionar atención de salud mental, transfiriéndola a los estados, sin la financiación correspondiente.
Esta medida supuso el cierre de hospitales psiquiátricos y centros comunitarios de salud mental en todo el país.
¿El resultado? Una crisis nacional.
Entre 1980 y 2000, el número de estadounidenses encarcelados se triplicó. Los trastornos mentales, ahora no tratados, llevaron a muchos a caer en la indigencia, en ciclos de abuso de drogas y, finalmente, en el encarcelamiento. Las cárceles y prisiones se convirtieron en los nuevos manicomios. Hoy en día, más del 44% de los reclusos estadounidenses han sido diagnosticados con una enfermedad mental, una cifra que los expertos relacionan directamente con la política de la era Reagan.
El legado no se detuvo ahí:
- Las epidemias de crack y heroína asolaron las comunidades de bajos ingresos.
- Los sistemas de bienestar infantil se vieron desbordados cuando la adicción y el encarcelamiento desgarraron a las familias.
- Las organizaciones comunitarias sin ánimo de lucro se hundieron bajo el peso de la demanda y la falta de financiación.
- La pobreza generacional se agudizó, sobre todo en los barrios negros y marrones.
No se trataba sólo de política económica: era ingeniería social, diseñada para reducir el gobierno abandonando a quienes más lo necesitaban.
Ecos del pasado en la "Gran Ley Hermosa"
La "Gran Ley Hermosa" amenaza con recrear el mismo daño estructural, sólo que con un rostro moderno.
Bajo el pretexto de la "eficiencia", propone:
- Reducción drástica de las subvenciones federales a las pequeñas y medianas organizaciones sin ánimo de lucro
- Requisitos más estrictos para recibir ayudas alimentarias y de vivienda
- Traslado de programas sociales clave a la discreción de los Estados, sin garantía de paridad de financiación.
- Recortar los programas para jóvenes, la financiación de la comunidad de salud mental y el apoyo a la reinserción de excarcelados.
- Eliminar la "duplicación" de esfuerzos en el desarrollo de la mano de obra y la educación, en particular los centrados en las poblaciones desatendidas.
Los partidarios la pregonan como una corrección necesaria a la "cultura de la dependencia". Pero la realidad es que este proyecto de ley no hace nada por reducir la pobreza: sólo deja de reconocerla.
¿Quién se verá más afectado?
Las pequeñas organizaciones locales sin ánimo de lucro, los héroes anónimos del cambio social, se llevarán la peor parte. A diferencia de las grandes organizaciones benéficas nacionales, estas organizaciones arraigadas en la comunidad suelen funcionar con presupuestos muy reducidos y subvenciones federales. Prestan servicios:
- Jóvenes con bajos ingresos en programas extraescolares
- Supervivientes de la violencia doméstica que buscan refugio
- Reinserción social de ex reclusos
- Servicios jurídicos para inmigrantes indocumentados
- Personas neurodivergentes que buscan apoyo personalizado
- Familias que viven en desiertos alimentarios o con inseguridad de vivienda
"Recortar estos programas no inspira innovación: destruye capacidad".
Una nueva guerra: no contra la pobreza, sino contra los pobres
Seamos claros: no es una guerra contra la pobreza. Es una guerra contra los pobres.
Donde antes se aspiraba a eliminar la pobreza, la "Gran Ley Hermosa" refleja un cambio de ideología: gestionar la pobreza mediante el control, la culpa y la negligencia. Matar de hambre a las organizaciones que atienden a los pobres. Desfinanciar la infraestructura asistencial. Criminalizar los síntomas del fracaso sistémico. Y al igual que en la era Reagan, el coste no se contará en dólares ahorrados, sino en vidas perdidas.
Si este proyecto de ley se aprueba, debemos esperar:
- Aumento del número de personas sin hogar, especialmente mujeres y jóvenes LGBTQ+.
- Aumento de las tasas de encarcelamiento por delitos relacionados con la pobreza
- Las crisis de salud mental inundan las urgencias y las cárceles
- Las organizaciones comunitarias sin ánimo de lucro cierran sus puertas y dejan huecos que nadie llenará
- Toda una generación de jóvenes negros, marrones, indígenas, discapacitados y de zonas rurales, sin oportunidades.
Y al igual que en la época de Reagan, estas repercusiones durarán décadas, repercutiendo en el futuro de personas que no tienen voto ni voz en las salas donde se toman estas decisiones.
Llamamiento a la acción: Proteger la primera línea
Es hora de que nos preguntemos: ¿A quién beneficia un proyecto de ley que destripa la columna vertebral de la equidad social?
Desde luego, no la madre soltera que accede a una guardería a través de un sistema de vales sin ánimo de lucro. Ni el estudiante de secundaria que participa en un programa gratuito de codificación. Ni el veterano discapacitado con trastorno de estrés postraumático que encontró un salvavidas en un grupo de mentores. Ni los miles de voluntarios, profesores, trabajadores sociales y organizadores que acuden cada día a hacer el trabajo que el gobierno abandonó hace tiempo.
Esto no es sólo política. Es un punto de inflexión. Y si prestamos atención, recordaremos lo que ocurrió la última vez que Estados Unidos dio la espalda a sus más vulnerables.
Si de verdad queremos acabar con la pobreza, tenemos que invertir en las bases, financiar los sistemas de salud mental y vivienda, y fortalecer, no estrangular, a las pequeñas organizaciones sin ánimo de lucro que aparecen donde nadie lo hace.
Aprendamos de la historia. Antes de que estemos condenados a repetirla.
Alcemos la voz antes de que se seque la tinta. Apoyen a las organizaciones locales sin ánimo de lucro. Llama a tus representantes. Cuenten su historia. Y no dejemos que otra generación cargue con el peso de un fracaso evitable.